“RESPONSABILIDAD PENAL DEL AUTOR Y PARTICIPE EN EL DERECHO MICHOACANO”

INTRODUCCIÓN El Derecho Penal tiene una función determinada: dicha función es la de proteger bienes jurídicos individuales y colectivos; al mismo tiempo, esa función tiene un fin preciso, el de lograr que la vida dentro de la comunidad se desarrolle en forma ordenada. Para alcanzar esto se han creado mecanismos de control y un ejemplo de ellos es la sanción penal. Está, desde luego, no e la más idónea ni deseable para enfrentar la comisión de conductas delictuosas, pero sí debe ser el último recurso cuando otras alternativas han fracasado en ese intento. Hasta ahora, la mayoría de los juristas > JUS PENALISTAS < están de acuerdo en afirmar y reconocer que la sociedad tiene todo el derecho de reprimir aquellos actos que dañan o atentan contra su existencia, pero también están conscientes en que esa forma de reprimir debe ser acorde a una realidad social implementada por el Estado, pues no olvidemos que el comportamiento humano, objeto de desaprobación, se mantiene unido al concepto de Estado y a las concepciones en él dominantes que en ocasiones llegan a derivar en una lucha entre ambos; uno, violando la norma penal, y otro, castigando arbitrariamente. Por ello, el Estado debe ser muy cauto en la forma de describir las conductas típicas, pero primordialmente en la forma de reprimirlas, ya que hoy en día la dignidad humana aparece fundamentalmente protegida en las diversas constituciones. Sin embargo, esa protección sólo podrá lograrse con el empleo de criterios adecuados que determinen las conductas que deben sancionarse de manera estrictamente necesaria, pues de lo contrario, todo acto de quien detenta el poder y que no nace de la absoluta necesidad y racionalidad es tiránico e inútil. En el plano que estrictamente corresponde al legislador en la elaboración científica del Derecho Penal, la forma de sancionar o castigar representa una singular importancia, no sólo en su aspecto descriptivo, sino además en su aspecto ejecutivo para cumplir 8 cabalmente con ello. Si se omite este último, todo el edificio del Derecho Penal se derrumba y los códigos penales no pasan de ser unos simples catálogos de figuras típicas medio sancionables puesto que no cumplen ni con la prevención general ni con la especial y mucho menos con la adecuada política criminal en beneficio de la sociedad. Desde la antigüedad, mucho antes de que existiera una codificación penal, cuando se realizaba una conducta que dañaba al grupo y que merecía castigo, éste siempre constituía una penalidad empírica y arbitraria por quien detentaba el poder. En otras ocasiones, cuando la conducta alarmaba mayormente a la comunidad, se expedía una ley especial para castigarla severamente, como lo fue el caso de la Ley Cornelio de Sicaris en la Roma antigua para combatir ciertos crímenes. No es si no ya entrado el siglo XVIII cuando se va a dar una revolución de incalculables consecuencias, en el año de 1764 aparece la obra del Marqués de Beccaria; “Tratado de los Delitos y las Penas”, en que su principal argumento era combatir la crueldad y lo ilegal de la penas, ya que hasta entonces, éstas se imponían al arbitrio de quines detentaban el poder. Establecía Beccaria en su obra: “Sólo las leyes pueden decretar la pena correspondiente al delito y sólo el legislador puede hacerlo, pero además, la crueldad de las penas opuestas al bien público a fin de impedir el delito, es sencillamente inútil”. Conceptos que posteriormente constituirían la doctrina de la Escuela Clásica que vino a marcar una pauta en el Derecho Penal mediante sus principales máximas: El fin de las penas; el fundamento de las mismas; los caracteres que deben tener para ser legítimas y su proporcionalidad al delito. Se afirma que como consecuencia del carácter filantrópico y del humanitarismo desarrollado con las ideas de Beccaria y después impulsadas por la propia Escuela clásica, nació una rama de esta escuela que se propuso estudiar aisladamente la pena, considerando que el estudio de ella debe ser el objeto fundamental del Derecho Penal, esta nueva ramificación de la Escuela clásica que se le denominó “Escuela Penitenciaria” y cuyo nacimiento se debe a Jeremías Bentham y John Howard; el primero materializando sus ideas en un modelo arquitectónico de edificio carcelario denominado “Panopticón”; y el segundo, realizando la empresa sobrehumana de visitar las principales prisiones de Europa dejando escrito de todas sus experiencias en una obra titulada “El estado de las prisiones de 9 Gales e Inglaterra”, en la que denunciaba el grado de crueldad, suciedad e inmundicia que prevalecía en todos esos lugares de castigo. Es indudable que todo lo anterior significó un avance en el aspecto punitivo el cual pretendía humanizarse al sustituir la cruel y salvaje forma de eliminar al delincuente mediante la pena de muerte, por el aislamiento en un lugar destinado para ello. Pero al mismo tiempo se cometía un error muy grave, ya que toda la visión punitiva o castigadora a partir de entonces, se centraría en una sola pena que sería la prisión, considerada como la panacea para combatir la delincuencia y cuyo total y absoluto fracaso hoy en día nos toca percibir con el utópico régimen progresivo-técnico que sólo ha servido para incrementar la delincuencia, aunado a ello la falta de imaginación y de criterio para dar mayor impulso a otros medios para combatir el delito